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420 FIDEL AIZPURUA DONAZAR jo a la presentación de un Francisco en crisis, humillado, lloroso y baheante que, en su noche oscura provocada por el <<desviacio– nismo)) de sus hermanos respecto del primitivo proyecto de vida evangélica, sólo tiene una obsesión al dirigirse a Dios: « j Hábla– me!>>. Y Dios no habla, o mejor, Dios habla en un lenguaje, el de la cruz, que Francisco no escucha. Cuando entienda a ese Dios mudo, desnudo y muerto en cruz, vendrá la luz. Decimos esto por– que cualquier creyente piensa de modo inmediato que Dios habla : en los acontecimientos, en las voces interiores, en la Palabra, etc. Sin embargo, la más elemental reflexión crítica ,sobre lo cristiano ha constatado la realidad de la mudez de Dios, de su constitutivo silencio: «El silencio es el estado hahitual y definitivo de Dios incluso en su revelación)) 1 • Impresionados, quizá, por lo vertiginoso de esta afirmación, estos mismos pensadores han matizado viniendo a decir que el problema no es tanto que Dios no hable, sino que nosotros no po– damos escuchar debido a nuestro componente histórico limitado 2 • De cualquier manera, esto nos da pie para un presupuesto inicial: si Dios habla, su «lenguaje)) tiene que verterse en estruc– turas históricas reales con las que la persona, ser histórico, pueda conectar. Quedan aquí descalificados todos los lenguajes de Dios que no se enmarcan en la realidad histórica, por desconectados. ¿Hablar por hablar? Por el distanciamiento tan fuerte que nuestra cultura mantie– ne entre lo que decimos y lo que hacemos, se puede hablar, char– lar, parlotear, etc. sin que pase nada, sin que la persona quede comprometida. Caso exagerado de este tipo de lenguaje es el de no pocos políticos que, además de ser unos incontinentes verbales, hablan mil lenguajes contradictorios, despistantes, mutantes, y si– guen con la cabeza tan alta. Cuando el creyente dice que «Dios habla)) en su Palabra quizá 1 M. ÜLASAGASTI, Estado de la cuestión de Dios, Madrid 1976, p. 186; A. TORRES QuEIRUGA, Recuperar la salvación, Madrid 1979, pp. 143-147 2 A. TORRES QuEIRUGA, op. cit., p. 144.
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