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LA CONSTRUCCIÓN DE LA LIBERTAD 317 es clara: la adhesión a la fe, al designio de salvación de Dios sobre la historia que Jesús desvela, los trabajos por el logro de la felicidad humana son la verdadera fuente de la libertad. Este horizonte no lo puede proporcionar ningún código y su mecánica de retribución por trabajos realizados. El horizonte de lo humano tiene que ver con la gratuidad y el amor, no con el salario y el debe. Con una vuelta más de tuerca, Pablo dice que por el singular «y a tu descendencia» (Kai tó spermati autou, Gn 12,5, 3,16) sabe– mos que la promesa que viene por Abrahán es la herencia que se ha dado a Jesús. La Ley nada tiene que ver en este asunto porque se ha dado mucho más tarde que la promesa, cuatrocientos treinta años y porque si la promesa viene por la Ley invalidaría la donación con la promesa que se ha hecho por Adán. ¿Para qué sirve entonces la Ley? Pablo es durn: «para encerrar todo en pecado» (Synekleisen ta panta hypo hamartian, 3,22), para hacer ver la realidad del pecado sobre la que se asienta el código, pero no para anular la promesa y la evidencia de una espiritualidad fundamentada sobre la gracia. «custodiados por la Ley» (Hypo nomon ephrouroumetha, 3,23), in– fantilizados por una tal «niñera» (Paidagógos, 3,24), hasta que el Mesías nos rehabilitara por la fe insertándonos definitivamente, por la adhesión a él, en la promesa y liberándonos así del código, ha– ciéndonos ver que «todos somos hijos de Dios» (Pantes gar huioi Theou este, 3,26). «Éramos menores» (Hote emen nepioi, 4,3), pero ahora «hemos recibido la condición de hijos» (Hyna ten huiothesian apolabómen, 4,5). Una condición que hace que la persona pueda aspirar a la misma herencia que Jesús, ya que no es solamente él quien hereda, sino la persona con él: «No eres esclavo sino hijo, y si eres hijo eres también heredero» ( Ouketi ei doulos alfa huios; ei de huios, kai kleromonos dia Theou, 4,7). La herencia de la felicidad, de la honda humanidad, no está reservada para nadie sino que, por Jesús, es patrimonio de la historia. Y es entonces cuando Pablo plasma el gran sueño, la gran in– tuición, nunca alcanzada (ni en él mismo), pero necesaria para ca– minar en la dirección del horizonte: «Ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra, pues vosotros hacéis todos uno,

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