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332 FmEL ArzPuRúA gurado. Por el contrario, cuando lo único intocable es la per– sona y su dignidad y la única estructura que no se cuestiona es aquella que empuja a la persona hacia el logro de su dicha, la libertad florece. 10) Permanecer en la bondad, garantía de la libertad: Todos los autores concuerdan en subrayar el volcánico enfado de Pablo con los Gálatas por el abandono, a su juicio, de los caminos de la libertad. Pero también es cierto que Pablo permanece en la bondad y hasta en la ternura, hasta «matizar el tono de la voz» (4,20). La bondad es la garantía de la libertad. El abandono de la bondad pone en serio peligro a la libertad. La bondad es el rostro del amor. Y la gran pregunta de la vida es, simplemen– te, hasta dónde uno va siendo bueno. Estamos hablando de la bondad decisiva, el trabajo constante en el sendero espiritual para eliminar los obstáculos que impiden que el amor pase a nosotros. El abandono de la bondad lleva a la disolución de la libertad. Tal es así que la bondad se constituye en garante y marco de evaluación real de la libertad: «A la hora de fijar un criterio para la verificación de los sistema éticos, habrá que poner en primer plano la satisfacción de las necesidades hu– manas, el cumplimiento de los deseos humanos, la eliminación del sufrimiento humano innecesario, la armonización de las aspiraciones humanas intrasubjetivas e intersubjetivas; hechos, en todos los casos, controlables sobre la base de experiencias humanas», (H. ALBERT, Ética y metaética, p. 46.). Y la base fundamental de tales experiencias es, justamente, la bondad. Algo de esto es aplicable también a las comunidades cris– tianas. La gran pregunta evangélica de Jesús «¿me quieres?» (Jn 21,15) cobra rostro en aquella otra suya «¿qué quieres que haga por ti?» (Le 18,35-43) ya que la verdad en acto que «nos hace libres» (Jn 8,32). Es decir, la adhesión a Jesús cobra rostro en la bondad solidaria y ésta garantiza la libertad. Estamos en los ele– mentos de la antropología y de la espiritualidad cristiana. Desde aquí puede ser controlado el afán de dominio que es el dinami– zador de todo código legal y de las estructuras jerarquizadas.
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