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«A quienes andan dispersos»: Una lectura social de las cartas de Pedro 11. La espera próxima (2 Pe) La cuestión del horizonte de la vida es típicamente humana. Brota de la conciencia y de la capacidad de preguntarse por el fin de la vida, ambas características que únicamente posee el espíritu humano. Percibir que se va caminando en la historia personal y colectiva, tener necesidad de aclarar lo más posible el horizonte humano son trabajos necesarios para el existir de la persona. No es lo mismo caminar sin horizonte que con él, aunque en ambos casos haya que hacer el esfuerzo de caminar. Cuando el horizonte vital se ilumina, la tarea de vivir es más entendible, más disfrutan– te, más humana en definitiva. Necesitamos creer en la esperanza del mundo, en su horizonte, para no caer en la enfermedad del sin– sentido1. Pero este tema está ligado a la percepción que se tiene del tiempo. Según J. B. Metz hay dos maneras de percibirlo: una, en la simple experiencia cronológica entendida como un mero continu– um que lleva al mero pragmatismo y otra en una manera «apo– calíptica», aquella que intuye que el tiempo vital (creyente) es «manejable» y no corresponde al cronológico: se puede acortar en la medida en que uno se apunta a la justicia; se puede retardar en el caso contrario 2 • Es justamente esta segunda concepción la que el 1 «El Hombre tiene derecho a inquietarse por sí mismo, mientras se siente per– dido, aislado, en la masa de las cosas. Pero ha de avanzar alegremente hacia de– lante tan pronto como descubra su suerte ligada a la suerte de la propia Natura– leza. Porque poner en duda el valor y las esperanzas del Mundo será no virtud crítica, sino enfermedad espiritual»: P. T. DE CHARDIN, Himno del universo, Ma– drid 1996, 91. 2 «El concepto de realidad que preside la explotación científico-técnica de la naturaleza y de la que se nutre el culto a la producción está regido por una idea

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