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430 FIDEL AIZPURÚA DONAZAR una manera de activar ese seguimiento sería insuflarle la espi– ritualidad de la espera próxima. Efectivamente, la espera atra– sada difumina los contornos y hace creer que las cosas más decisivas del Evangelio son relativas y que, por lo tanto, pue– den esperar 60 . Sin embargo, es imposible activar el seguimien– to sin el «aguijón» de la espera próxima: «El seguimiento vivi– do desde la espera próxima se opone más bien al peligro de u– na reflexión permanente piadosa e inútil, que no hace sino re– flejarse a sí misma, porque dicho seguimiento empuja a la ac– ción y no admite aplazamientos» 61 . Más aún, de esa manera el creyente cumpla quizá el papel que tiene asignado en la socie– dad: «El "mundo" no necesita un duplicado de su falta de es– peranza expedido por la religión; necesita y busca (si es que busca) el contrapeso, la fuerza explosiva de una esperanza vi– vida»62. 3) Tareas de futuro: Precisamente porque la espera próxima se sitúa en lo concreto de la historia, los creyentes han de asumir con arrestos las tareas próximas que el momento presente de– manda a su comunidad. La principal y más englobante es, de cara adentro, entender de una forma más igualitaria la comu– nidad63; de cara afuera emplear el lenguaje de los signos nue– vos que hablen de una decidida solidaridad con el caminar humano 64 . Todas estas tareas de futuro pasan por una «dese- 60 Hay quienes no tienen ningún inconveniente en relativizar el Evangelio, pe- ro no son capaces de relativizar la más mínima norma del Derecho Canónico. 61 J.B. METZ, Las órdenes religiosas ..., p.95. 62 !bid., p.100. 63 «Va a llegar una generación nueva de cristianos, liberados para un tipo de ministerio laica!, no jerárquico, a partir de las mismas comunidades, sin condicio– nes de celibato, sin discriminación de sexo, una generación de servidores del e– vangelio que no sean sacerdotes, ni tengan poder sagrado, ni puedan convertirse en grupo o casta por encima de los fieles»: X. PIKAZA, Sistema, libertad, Igle– sia ..., p.405. 64 «Por eso, nos encontramos en una situación nueva: una Iglesia del silencio en medio de una sociedad guiada por el valor supremo del dinero, en la que las normas son la competitividad y el aumento del poder. Nadie lee la doctrina social
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