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428 FIDEL AIZPURÚA DONAZAR 5) El sueño imparable de la nueva sociedad: Hay quienes afirman que no es nuestra época un tiempo propicio para las utopías y cantan su fin 54 • Sin embargo, una sociedad, una persona, sin el dinamismo de la utopía es, en realidad, alguien muerto. Las utopías mutan pero siguen sosteniendo al mundo en vida. Es cierto que el sistema es más fuerte y que, ante él, parecen rea– lidades desprovistas de fuerza. Pero sin ellas, el mundo sería mucho más oscuro, su horizonte más lejano y su sentido más difuso. La utopía después del fin de la utopía deber ser, en de– finitiva, un nuevo aliento hacia el verdadero cambio. Debe significar la intuición, desde un presente problemático, de un futuro abierto, el cual siempre habrá de diferir, de algún mo– do, de las posibilidades que vemos en dicho presente. Debe comportar una recuperación de nuestro propio tiempo, tiem– po de diálogo, tiempo de encuentro, tiempo de satisfacción de las auténticas necesidades 55 • Esas son las sendas que sigue re– corriendo la utopía en su camino imparable. rencia está en las respuestas, no en la pregunta, la cual, siendo humana, afecta a todos por igual»: A. TORRES QUEIRUGA, Esperanza a pesar del mal. Santander 2005, p.19. 54 Así queda plasmado en la novela de C. MAGRIS, A ciegas, Barcelona 2006. Para él «Las utopías revolucionarias que conmovieron a millones de seres huma– nos en los siglos XIX y XX han quedado olvidadas en el baúl de los recuerdos y algunas, como el comunismo en sus diversas formas, resultaron ser una aventura sangrienta. Después de la utopía viene el desencanto». Sin embargo, reivindica «los valores positivos de las ideologías y las religiones que fracasaron, porque detrás de estos valores hay seres humanos que se sacrificaron por el bien de la humanidad, aunque yo no esté de acuerdo con su ideología». 55 Como señala Guy Debord, «el tiempo irreversible de la producción es ante todo la medida de las mercancías. Así pues, el tiempo que se afirma oficialmente en toda la extensión del planeta como el tiempo general de la sociedad, y que no tiene más significación que los intereses particulares que lo constituyen, no es más que un tiempo particular»: G. DEBORD, La sociedad del espectáculo, Valencia 2002, 132.

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