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LA ESPERA PRÓXIMA (2 Pe) 427 mundial asumida por la persona individual no es una lucha estéril; es la siembra de la semilla de la espera próxima que tie-ne consecuencias reales sobre el devenir de los pueblos. 4) La desesperanza como enfermedad social: Es algo que casi está de moda: el alardear de no tener esperanza en el devenir de la sociedad. Razones o motivos no faltan. Pero hay muchos que se empecinan, con el correr de los años en creer en la esperan– za, tanto desde el lado cristiano como el del humano 51 • La de– sesperanza, como lo decía T. de Chardin, no puede ser sino una enfermedad social, y bien grave, que es preciso trabajar por erradicar 52 • Pero todos sabemos bien que la desesperanza se cura o se mitiga dando razones reales para esperar. Eso ha de provenir de la subida de los índices de desarrollo entre los pueblos, del aumento de conciencia moral entre los pueblos desarrollados, de la mayor sensibilidad entre quienes tienen hoy más medios para vivir con esperanza, del crecimiento de sentido que palie la angustia de vivir desesperanzados. Todo un cúmulo de grandes tareas que, no por grandes, han de que– dar dejadas de lado porque nos afectan a todos/as 53 • hay que poner manos a la obra desde ahora. También debemos aumentar la asistencia para el desarrollo a nivel mundial en más del doble durante los próxi– mos años, pues sólo así se podrá contribuir al logro de los objetivos» (K.A. AN– NAN). 51 Desde el lado cristiano son personas incombustibles algunas como el viejo teólogo J.M. DíEZ ALEGRÍA que a sus noventa años ha renovado su fe en la espe– ranza con un libro titulado Yo todavía creo en la esperanza, Bilbao 2002. 52 «Poner en duda el valor y las esperanzas del Mundo será no virtud crítica, sino enfermedad espiritual»: Himno al universo, Madrid 1996, 91. 53 «La preocupación por comprender la esperanza se ha universalizado. El proceso de secularización, al mostrar la religión como una respuesta específica, nos ha hecho caer en la cuenta de la justa y precisa ubicación de la esperanza: la de una dimensión constitutiva que, como interrogante último y radical, afecta a lo humano como tal. Y en ese mismo proceso descubrimos, a un tiempo, dos as– pectos importantes: el carácter particular de las distintas respuestas y la evidencia de que todas ellas responden a una tarea común, a saber, el esfuerzo por encon– trar aquella que sea la mejor para el bien de todos. Pero resulta claro que la dife-
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