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422 FIDEL AIZPURÚA DONAZAR inunda. Pero una cosa queda clara: el problema no radica en su existencia sino en su modo de asumirla. Porque frente a es– ta culpa predeterminante puede oponerse otra que llama a la superación y promueve la madurez. Es preciso tener claro que donde hay libertad finita aparecen necesariamente la posibili– dad de la culpa y la necesidad de una dura lucha ética. Por eso, todo debate ha de centrarse únicamente en el modo de asumirla. Para hacer este trabajo quizá haya que liberar al mismo concepto de la existencia de la culpa con la que la he– mos cargado. También esto es anterior a nosotros: creemos, por la experiencia de limitación, que alguien ha de ser el cau– sante de esta desdicha que es vivir. Este camino se presenta como inútil. Más allá de la pregunta por la causa, lo que inte– resa es qué estructuras humanas generamos para tratar de afrontar esa culpa. O de otra manera: qué trabajos de libera– ción somos capaces de desarrollar en el tiempo. Esa es la cues– tión clave. 4) Recuperar la profundidad: No hay manera de entrar en la espi– ritualidad de la espera próxima si se sitúa uno en la superficia– lidad, el mayor de los enemigos de la existencia histórica de la persona, de las sociedades incluso. La superficialidad banaliza el vivir y desvía la mirada sobre las verdaderas razones del existir; desactiva la hondura de las relaciones personales y no resuelve ninguno de los problemas que plantea la historia 41 • existencia desde sus mismos inicios, antes de que aflore en nosotros el más míni– mo germen de moral o de religión. Antes de la prohibición y de la ley, antes de todo conocimiento del bien y del mal, existía ya el sentimiento de culpa. Una cul– pa que no es fruto, por lo tanto, de ninguna trasgresión; una culpa que nace sin saber siquiera cuál es el bien que no ha seguido ni el mal que cometió. Una culpa que lleva el nombre de la autodestrucción y de la muerte. Nos conoce desde el día de nuestro nacimiento»: C. DOMÍNGUEZ MORANO, Creer después de Freud, Ma– drid 1992, 143-144. 41 Su pérdida «significa que el hombre ha perdido la respuesta a la pregunta por el sentido de su vida, la pregunta por el de dónde viene y adónde va, la pre– gunta por lo que hace y debe hacer de sí en el breve lapso entre nacimiento y muerte»: P. TILLICH, La dimensión perdida, Bilbao 1970, 12.

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