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UN HOGAR PARA CURAR DESAMPAROS (1 Pe) 381 humana que propicia el habitat es tan necesaria, o más, que aque– lla otra. Y, ampliando el campo, está luego la tremenda problemática de los hogares trasnacionales, el tema de las patrias, de las identi– dades nacionales, de los desplazados. Quien jamás haya tenido que abandonar su tierra, ni por cuestiones políticas ni siquiera por asuntos laborales, difícilmente se percatará del océano de dolor que conlleva la desposesión del habitat natural en que una persona ha elaborado sus relaciones iniciales de amparo. Y más todavía cuando esos desplazamientos están fuertemente ligados a situacio– nes de dura pobreza 5 . Todo este componente hace parte del cami– nar histórico del presente e ignorarlo cuando se plantea el tema del amparo hogareño sería situarse en la pura lírica. La 1 Pe hace hoy una propuesta que, inicialmente, puede ser tildada de ingenua y hasta infantil. Pero que si se la sitúa en su correcto lugar, en la estructura básica del componente relacional de la persona, quizá pueda ser de interés al lector actual. Esa pro– puesta es la que considera a la persona como el mejor amparo de otra persona. La casa de la persona es la persona. O si se quiere: la comunidad (humana y creyente) puede ser hogar real para quienes sufren la experiencia de erradicación de su hogar natural. Este «hogar subrogado» puede ser una realidad capaz de revitalizar y reorientar la vida de quien anda extraviado en el océano de la pérdida de identidad, de la desposesión de la patria o de la oscuri– dad del desafecto. Desde aquí la espiritualidad cristiana puede ser una aportación a los caminos de la persona como, al parecer, lo fue desde sus momentos iniciales 6 • 5 «Parece haber una relación entre los movimientos forzados y la pobreza del país. Y si a la pobreza extrema se le suman conflictos bélicos, los movimientos forzados se generalizan. Más allá de las causas de su situación, es evidente que los refugiados y refugiadas se ven obligados a vivir del modo más precario posible»: B. SUTCLIFFE, 100 imágenes de un mundo desigual, Barcelona 1998, 231. 6 «El cristianismo no fue una simple estructura de creencias difundidas entre multitud de personas. Sino que adquirió la forma de comunidad primitiva: co– munidad en el pleno sentido de la palabras, que consistía en reducidos grupos de

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