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UN HOGAR PARA CURAR DESAMPAROS (1 Pe) 395 ro llega a su culmen en el cuidado del otro, sobre todo de ese otro cuando es débil, del pobre 39 • No quedan tampoco descar– tados «los otros cuidados», los de nuestra propia alma (nues– tros demonios interiores), los de nuestros grandes sueños e in– cluso los de nuestra propia muerte. Finalmente, «el cuidado es lo que permite la revolución de la ternura al dar prioridad a lo social sobre lo individual y al orientar el desarrollo hacia una mejora en la calidad de vida de los seres humanos y de los demás organismos vivos. El cuidado hace que surja un ser hu– mano complejo, sensible, solidario, amable y conectado con todo y con todos en el en universo» 40 • Algo de todo esto se ha– lla en el trasfondo de 1 Pe. 4) Un cambio de mirada: Nada de esta hermosa espiritualidad se– rá posible si no se efectúa en la persona un cambio de mirada hacia la realidad del otro al que se mira, por componente atá– vico, como un enemigo. Mientras esa mirada no se humanice y termine en una manera de mirar benigna y comprensiva no será posible suscitar estructura de amparo. Es preciso superar la vivencia del hecho de mirar como algo que cosifica y rebaja al otro 41 . El agente de cambio puede ser la conciencia de que a 39 «No tiene cuidado con los empobrecidos y excluidos quien no los ama de forma concreta y no se arriesga por su causa. La consolidación de una sociedad mundial globalizada y la aparición de un nuevo paradigma de civilización pasa por el cuidado de los pobres, marginados y excluidos. Mientras no se resuelvan sus problemas, seguiremos en la prehistoria. Podremos haber inaugurado el nue– vo milenio, pero no la nueva civilización y la era de paz eterna con todos los humanos, con los seres de la creación y con nuestro espléndido Planeta»: !bid., p. 115. 40 !bid., p. 156. 41 Sartre realiza una descripción descarnada de las relaciones humanas, mos– trando su carácter complejo, conflictivo y ambivalente. «La mirada» es la expe– riencia en la que el otro se hace presente. Ella establece una relación entre un su– jeto que mira a un objeto que es mirado. Respecto de las cosas, esta relación es siempre unidireccional y no reversible, pero cuando el que es observado es otro sujeto, otro ser humano, la situación se torna más compleja. Aquél que es mira– do como objeto es, a su vez, un sujeto. Quien mira degrada al otro a mero objeto, lo ve como algo más entre todo lo que constituye su mundo, le asigna un lugar en
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