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UN HOGAR PARA CURAR DESAMPAROS (1 Pe) 393 persona es el mayor amparo para otra persona. No se trata de ningún corporativismo de especies, sino de la certeza de que es en el corazón de la persona donde se da el mejor marco pa– ra el crecimiento de uno mismo/a. Es cierto lo que afirma L. Boff: «No ha sido la lucha por la supervivencia del más fuerte lo que ha garantizado la continuidad de la vida y de los indi– viduos hasta hoy, sino la cooperación y la coexistencia entre ellos» 32 • Esta coexistencia en parámetros de acogida y de a– mor es el mejor «refugio» para sentirse parte efectiva de la historia. Por eso, el corazón humano hambrea la experiencia de encuentro con otro corazón. Cuando este encuentro se da, las dificultades de la existencia humana, que son muchas, que– dan en un segundo plano y pueden ser asumibles 33 • Y siempre será una hermosa tarea humana la de quien se ocupa de dar amparo a la persona no únicamente mediante la entrega de cosas, de bienes, sino también del corazón, que es la raíz de toda entrega 34 • 2) La lucha contra todo desamparo: Es, ciertamente, la gran lu– cha de la persona en la historia. Llegar a poder controlar de alguna manera las zonas de desamparo de la existencia es la única forma de alejar de la vida la tristeza y el miedo. Por eso no habría que temer tanto al desamparo cuanto a la carencia de ánimo para luchar contra él3 5 • En esa lucha se curten los 32 L. BOFF, El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la tierra, Madrid 2002, 89. 33 Así lo narra de forma magnífica el film de Isabel Coixet La vida secreta de las palabras. 34 Como aparece plásticamente expuesto en el film de R. Franco La buena es– trella. 35 «La búsqueda obsesiva del bienestar fomenta el miedo, nos convierte a to– dos en sumisos animales domésticos, y la sumisión es la solución confortable -y por eso amnésica- del temor. La valentía, en cambio, nos libera, pero -molesta contrapartida- nos hace perder parte del bienestar. Hace despertar el gatito mo– dorro al felino libre que vive, sin duda, menos cómodo, sin calefacción, sin cesti– to, sin comida puesta, y sin arrumacos. Nos lanza al descampado, que es el terri-

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