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248 FIDEL AIZPURÚA DüNAZAR anterior modo de vida. Y esto supera con frecuencia las fuerzas de las personas e instituciones. 3. Por eso hay quien cierra los ojos o mira para otro lado, como si esta pesadilla no existiese. Se dejan embriagar por una rutina que les aísla y así pueden elaborar mejor el sentido de su vida. O se empeña en batallas perdidas con gran pérdida de fuerzas gene– rando un disgusto que lleva el gozo vital a bagatelas. 4. J. B. Metz hablaba ya, hace muchos años, de una especie de ars moriendi para la VR: «se trata del "arte" de poder cesar y morir, no sólo a nivel individual, sino en cierto modo colectivo, como fundación» 15 • Esto resulta muy duro para la VR. Y de hecho, las «muertes» que experimentamos son las que va haciendo el tiem– po, no las que determinamos nosotros. El tiempo va haciendo de guadaña y muchos aceptan este veredicto como el mejor. No es una opción de presente trabajado, sino de un dejarse llevar por la vorágine de una época que nos zarandea y que no sabemos adónde se va a llegar, ni tampoco interesa mucho 16 • Sin embargo, paradójico que parezca, en este ars moriendi están, quizá, las se– millas del futuro: «Probablemente no puede darse el ars vivendi, el arte de un radical comienzo, porque éste es, en efecto, el único que permite advertir lo verdaderamente nuevo, lo que supera las cosas cuando llegan» 17 . 5. Morir de forma espiritual, eso sería el ars moriendi, conllevaría una planificación objetivos, medios y evaluaciones que determi– narían si se está realmente siguiendo la línea de un Espíritu que apunta a un tiempo nuevo. Lo más opuesto al mero dejarse lle– var. Los grupos religiosos consideran esto como una traición. 15 J. B. METZ, Las órdenes religiosas, Ed. Herder, Barcelona 1978, 23. 16 Más aún, cuando un colectivo religioso decide dejarse morir deliberadamen– te se percibe como una especie de «aberración». Cuando de hecho se deja morir por evolución, no se ve tan mal. 17 J. B. METZ, !bid, p. 24.