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460 Lázaro de Aspurz santo en su Testamento. Lo que importa hacer notar es que el ven– cimiento máximo de llegarse a los leprosos fue la experiencia decisiva en el triunfo de la gracia, la que le hizo dar la vuelta, valga la ex– presión. He dicho vencimiento máximo. Toda la naturaleza de Fran– cisco, delicada, hecha al refinamiento, se revolvía al espectáculo de las carnes putrefactas de un leproso. Celano, en la Vita I, recogiendo una confesión personal del santo - « ut dicebat » -, observa que « era tal entonces su repugnancia a la vista de los leprosos, que, al divisar desde dos millas de distancia una leprosería, se tapaba con las manos las narices para no sentir el hedor» (r8). « Y aunque su compasión por ellos le llevaba a socoITerlos con limosnas, lo hacía por intermediario, volviendo el rostro a otra parte y tapán– dose las narices » (rg). Cabalgaba un día por la llanura de Asís cuando le salió al camino un leproso. Era el momento de dar a Cristo la prueba de– cisiva de su disponibilidad para « conocer su voluntad ». Hacién– dose enorme violencia, apeóse del caballo, puso la limosna en la mano del leproso y se la besó; el leproso, a su vez, apretó contra sus labios la mano del bienhechor. Montando otra vez, Francisco prosiguió su camino con el alma llena de un sabor desconocido, llena de gozosa expansión (20). Celano, en la Vita I, dice sencillamente: « et osculatus est eum >>; en la Vita II precisa que el beso fue en la mano, mientras le daba la limosna, y en ello sigue la fuente infor– mativa usada también por los Tres Compañeros. Pero se separa de ella al omitir el beso con que respondió el leproso, muy creíble por lo demás; y, obedeciendo a uno de esos tópicos hagiográficos que tantas veces hacen descender el valor de sus relatos, añade por su cuenta: « Y montando al momento, miró a uno y otro lado por la llanura, que se veía sin obstáculo alguno en toda su extensión; pero no vio ya al tal leproso >>. San Buenaventura no hace sino copiar (I8) z Gel I, I7. (I9) TYes Socii, 4, p. 385. (20) z Gel I, 17; 2 Gel I, 9; Tres Socii, 4, p. 384.

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