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La vía de la conversión mientras subsiste, en efecto, la desigualdad derivada del nacimiento o de la fortuna, el amor al prójimo no sazona evangélicamente. Más que dar, es preciso darse, ponerse al nivel del hermano. Pero ¿quién es capaz de saber los límites a que puede llegar esa exigencia de igualarse al desgraciado? En este particular mo– mento espiritual del joven mercader hay que situar la « tentación » referida por las fuentes en términos ascéticos convencionales. Había en Asís una mujer monstruosamente jorabada, que causaba repug– nancia invencible a cuantos la veían. Y el diablo asediaba a. Francisco con la aprensión de que, por el camino emprendido, un día él también se vería en la situación de aquel ser humano que tanta compasión le inspiraba (r5). Eran los días de la trabajosa metamorfosis interior, que se estaba operando en él bajo la luz que su alma recibía intensamente en las prolijas contemplaciones de la. cueva del « tesoro oculto » (r6). 2. La experiencia suprema La leyenda de los Tres Compañeros se introduce con el si– guiente relato en esta nueva etapa de la conversión: « Hallándose cierto día en ferviente oración ante el Señor, percibió estas pala– bras: Francisco, todo lo que amaste carnalmente y todo lo que ambicionaste es preciso que lo desprecies y aborrezcas, si deseas co– nocer mi voluntad; y una vez que hayas comenzado a realizarlo, lo, que antes te parecía suave y dulce se te hará insoportable y amargo, y en lo que hasta ahora hallabas repugnancia encantarás gran dul-– cedumbre y sqavidad inmensa » (r7). Es posible que nos hallemos ante una mera construcción literaria a base de las palabras def. (15) 2 Cel I, 9; Tres Socii, 4, p. 386. (:r6) 1 Cel I, 6. (17) Tres Socii, 4, p. 384. Celano, con su habitual tendencia a depurar los– relatos comunicándoles un empaque más literario, más culto, transcribe las pa– labras algo alteradas y las sitúa después del pasaje de la mujer gibosa, como una. respuesta a la « tentación » diabólica. 2 Cel I, 9.