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La vocación en san J;,orenzo 439 votación le fue favorable por un solo voto. Fue una victoria que él mismo atribuiría a la protección de María, y referiría el hecho .más de una vez en sus predicaciones para ponderar la gracia de la voca– ción y, en especial, para inculcar el amor confiado a la Virgen. Predicando un día delante del duque Maximiliano de Baviera re– conoc10 públicamente que debía a la bondad de María la realiza– ción de su vocación capuchina, ya que << de novicio era menudito, flaco y enclenque, y además padecía dolencias e indisposiciones, hasta el punto de hallarse en peligro de ser enviado a su casa. Ante el riesgo que corría su vocación, se encomendó a la Virgen santísima pidiéndole que viniera en su auxilio; e hizo voto de ayunar los sábados durante toda la vida, por devoción a la Virgen, si lograba, con su intercesión, seguir en la Orden. Así fue como Dios nuestro Señor le dio gracia y fuerza para hacer la profesión >> (6). Solía también referir que, desde que puso en práctica el ayuno de los sábados, divento grasso e di buona cera; pero habiéndole prohibido el padre guardián de Venecia, durante los estudios, esa penitencia, luego comenzó a enflaquecer; y no bien volvió a practicar el ayuno en honor de la Virgen, se puso fuerte de nuevo (7). Esa mirada sintética de san Lorenzo sobre la penosa ascensión hacia el destino providencial de su vida no nos prohibe ver los hechos como sucedieron en realidad. Y la realidad fue que, admitido a los estudios filosóficos y teológicos luego de la profesión, se entregó con tal pasión a ellos, que el nuevo esfuerzo mental, unido al rigor de la vida capuchina y a la intensidad de la experiencia mística, minó de nuevo seriamente su salud; coincidió, además, el desarrollo corporal, llegado con retraso. Y de nuevo atribuyó a la Virgen la curación milagrosa. Al ponerlo a los estudios, haciendo una excepción se le había dispensado del intervalo de dos años que las leyes de la Orden exi– gían para los clérigos a partir de la profesión. Asimismo, todavía (6) Ibid., q3; cfr. Documenti, n. n31 § 3, IV, 2, p. 257. (7) Declaración de p. Juan de Fossombrone, ibid. IV, 2, Docu1nenti, n. n26, p. 228.

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