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438 Lázaro de Aspurz llevaban los clérigos de su escuela. Pero aquel hábito quedó guar– dado cuidadosamente, y las primas lo conservarían como una reli– quia preciadísima. La vocación religiosa, sin embargo, seguía obrando fuertemente en su vida. Lo que no aperecía claro era la trayectoria divina en el modo de realizarla. Y Giulio Cesare intensificó en aquellos meses de espera las penitencias corporales, exageradas para su comple– xión física, y sus horas de oración. La experiencia espiritual, ya para entonces profunda, alcanzó ahora el grado del embebecimientu extático. El ideal ,franciscano, asimilado en el convento de Brindi.,, se le ofrecía cada día más claro como la formulación concreta de lo que Dios quería de él. Y ahora lo halló realizado, con la sinceridad que él buscaba, en la joven reforma capuchina. En compañía de su amigo y compañero de aula, el que más tarde sería padre Andrés de Venecia, menudeaba sus visitas al conventito de Santa María de los Angeles en la isla Giudecca; y ambos hacían vida común con los capuchinos siempre que les era permitido. Por fin se de– cidieron juntos a pedir el hábito de la reforma. El 19 de febrero de 1575 lo vestían en Verona. Como realización de un ideal de inmolación, de desprecio pro– pio, de oración y de unión con el Redentor e~ una expiación dolo– rosa, dentro de un clima de austeridad, sencillez y sumisión, el noviciado pareció colmar las aspiraciones de fray Lorenzo. Quienes le conocieron de cerca lo recordarán, en las declaraciones del pro– ceso de beatificación, como ejemplar de madurez espiritual y de vida mortificada, abundantemente dotado de dones de contemplación. Aquel año, con todo, debió de estar muy lejos de ser para él un oasis de paz interna. Los testigos hablan de dolencias de estómago y otras afecciones, originadas de su excesivo afán de maceraciones; pero al mismo tiempo nos descubren, demasiado discretamente, las tentaciones y angustias interiores que debieron de tener agobiado al novicio. Aquellos gemidos penetrantes que dejaba oír de noche, en medio del silencio conventual, y los suspiros que durante el día se le escapaban no parece obedecieran solamente al dolor físico. Lo cierto es que, como consta documentalmente, llegado el día de ser admitido por la comunidad a la profesión, el resultado de la

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