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La vocación en san Lorenzo 437 El desenlace ocurrió en ocasión que, según noticia muy digna de crédito de un documento de 1616, había ido a Lecce acompa– ñando a su preceptor en la predicación que éste debía hacer en aquella ciudad. El pobre frailecito, viéndose « con su hábito hecho jirones, casi desnudo )) , un día se atreve a suplicar al predicador le permita dirigir al pueblo un sermonetto de los que él sabe de– clamar, con el fin de hacerse con la limosna necesaria para cos– tearse un hábito. Maestro Virgilio se aviene gustosarrente, más aún, él mismo hace a la mañana siguiente la presentación del pe– queño orador a su auditorio. El éxito es completo. Mientras el fratino habla, el predicador realiza la colecta. ¡Cinco ducados! Es demasiado tentador. « Maestro Virgilio, que se vio con semejante suma en la mano, no se la quiso entregar ni poco ni mucho. Y él entonces, casi desesperado, se metió en una nave y partió para Venecia>> (4). Quizá, sin embargo, el verse tan indignamente objeto de ex– plotación vino sólo a llenar la medida. Las declaraciones de sus primas de Venecia insinúan otros << malos ejemplos >) en el precep– tor, que habrían hecho al delicado jovencito optar por la fuga para conjurar el propio peligro (5). Vocación acrisolada en el dolor Fra Giulio Cesare no iba a la ventura. En Venecia tenía a su tío paterno, el sacerdote don Pietro Mezosa, que estaba al cargo de la escuela clerical de San Marcos. Junto al tío, que se sentía orgu– lloso de él, la vida volvió a tener sentido delante de sus pasos. El hecho de que todavía continuara vistiendo con veneración el hábito de fratino conventual da pie para suponer en su ánimo, a pesar de la dura experiencia pasada, una actitud de fidelidad heroica a la propia vocación, tal vez una tortura interna por el paso cado. Hasta que un día don Pietro se lo hizo cambiar por el uniforme talar que (4) ARTURO M. DA CARMIGNANO, o.e., IV, I, Docurnenti, p. 687. (5) ARTURO M. DA CARMIGNANO, o.e., I, II2, n. 64.

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