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La vocación en san Lorenzo 453 aunque tantas veces se mofó de ellos -, no poseía misión pública alguna, fue un impostor, uno de esos ce predicantes intrusos. )) que se presentan a sí mismos como impulsados por el Espíritu Santo y que, por no hallarse en condiciones de demostrar con testimonios firmes su misión, quiere el mismo Lutero que sean sañudamente castigados (45). Es cierto que, como él mismo afirma, pueden darse en la Iglesia hombres adornados de una misión especial en bien de todo el pueblo de Dios, sin que venga por el cauce de la Iglesia jerár– quica; pero quien pretende ser aceptado como órgano de la misión profética permanente en la Iglesia, lo ha de demostrar e< o por signos divinos, como Moisés, Elías y los apóstoles, o por claros testimonios de la sagrada Escritura, como vemos en Juan Bautista, o por la santidad divina de vida y costumbres, como Jeremías y el mismo Bautista; o por una vocación milagrosa unida a la revelación de las cosas divinas, como Pablo; o finalmente por cierta capacidad divina de ingenio, superior a los demás mortales, para entender los secretos divinos, como Salomón >> (46). Si Lutero se sintió en posesión de una misión apostólica debía haber imitado a san Pablo, quien sólo después de haber confrontado su evangelio con los após– toles y de haber recibido la aprobación de la Iglesia, se lanzó a predicarlo (47). Por el contrario, los predicadores que ejercen su ministerio legítimamente llamados y enviados por medio de la Iglesia, han de considerarse enviados por el mismo Dios para la salvación del mundo. Esta conciencia de la misión divina llenaba al mismo san Lorenzo de confianza en el auxilio divino y de intrepidez para ma– nejar la espada de la palabra evangélica siempre que se ofrecía ocasión (48). (45) Ibid. 78s. (46) Ibid., 82; Additam. 8, p. 380; cfr. p. 97s, Additam. 13, p. 408-415. (47) Ibid., 75s. (48) Quadrages. II, Opera omnia, V, r, 9.5s.
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