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75 HECHOS DE LOS APÓSTOLES padres te ha predestinado para que conocieras su volun– tad, vieras al Justo y oyeses la voz de su boca *, 15 porque serás su testigo ante todos los hombres de cuanto has visto y oído. 16 Y ahora, ¿qué aguardas? Vamos, recibe el bau– tismo y purifícate de tus pecados invocando su nombre. 17 De regreso a Jerusalén, estando en oración en el tem– plo, tuve un éxtasis *, 18 y vi al Señor que me decía: Date prisa, sal rápidamente de Jerusalén, pues no recibi– rán tu testimonio acerca de mí. 19 Yo respondí : Ellos sa– ben que yo era quien mandaba encarcelar y azotar en las sinagogas a cuantos creían en ti. 2 º Cuando fue derramada la sangre de tu testigo Esteban, también yo estaba allí dan– do mi aprobación y guardando la ropa de quienes le ma– taban. 21 Y él me dijo: Vete, porque te voy a mandar lejos, a los gentiles *. Los judios se irritan 22 Hasta estas palabras le habían escuchado, pero al llegar aquí, levantaron la voz y dijeron: Quita de la tierra a tal individuo, porque no merece vivir *. 23 Como siguie– ran gritando, agitando con furia los mantos y arrojando tierra al aire, 24 mandó el tribuno que lo metieran en la fortaleza, indicando que le aplicasen el tormento para to– marle declaración, a fin de conocer y ver por qué causa gritaban así contra él. 25 Cuando lo hubieron sujetado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba presente: ¿Acaso os está permitido azotar a un ciudadano romano que no ha sido juzgado? 26 Al oírlo, el centurión corrió a comunicarlo al tribuno, diciendo: ¿ Qué vas a hacer? Este 17-21 Un milagro había originado la conversión de Pablo; otro milagro le indicará el campo de su apostolado. Pablo se halla en el templo de Jerusalén cuando tiene luga,r la aparición; con ello se de– muestra que las acusaciones de los judíos contra Pablo carecen de fundamento sólido, puesto que él mismo frecuenta y reza en el tem– plo. 22 La indignación de los judíos llega al paroxismo. No les cabía en la cabeza que los paganos pudiesen participar de la salud me– siánica sino a través de las prácticas mosaicas y de la circuncisión. Imposible imaginar que circuncisos e incircuncisos gozasen ante Dios de los mismos privilegios. Quien esto afirmase debía ser tratado oomo un renegado digno de mwm~ (Dt !3, 1-5).

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