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-60- blo. Teneis razón, es preciso estudiar un poco la escena para saber lo que significa, ya que el Seftor nada hacía que no encerrase lecciones de celestial sabiduría. Fijaos bien: la barquilla que ocupa Jesús es propiedad del pes– cador Simón que después fué el Apóstol S. Pedro, ele– gido para representar en el mundo al mismo Jesucristo; desde que Jesús tomó posesión así de la barquilla del pescador de Galilea, ya no la ha abandonado jamás; ya han pasado veinte siglos; veinte siglos que la barquilla sirve de cátedra de la verdad revelada al mundo por el Hijo de Dios, y desde la cual El mismo gobierna las al– mas. Era la barquilla figura de la Iglesia, cuya cabeza vi– sible es el Papa sucesor de San Pedro, Vicario de Jesu– cristo Nuestro Seftor. Pero ¿por qué, direis vosotros, no estaba la barca amarrada en la playa? hubiera estado más quieta, y Jesús más cómodo, y se le oiría mejor. Puede ser que tengáis razón, si se tratara de una acción hecha por un hombre cualquiera; pero tratándose del Hombre-Dios, del Divino Maestro, lo que hace, significa muy bien el sue– lo movedizo, com.o las aguas del mar, en que había de es– tar la cátedra de la Iglesia; las aguas no están nunca quie– tas sobre el lecho de arena por donde corren; se agitan, levantan olas y a veces terribles y furiosas tempestades que hacen zozobrar las embarcaciones; lo mismo sucede con la Iglesia, fundada sobre firme roca, pero expuesta en este mundo a las furias de los hombres malos y de los de– monios; no puede tener tranquilidad para anunciar la ver– dad, rechazada por las pasiones desordenadas solivian– tadas, como olas bravías por la palabra de Jesús que las condena y por las enseftanzas de sus enviados. Mil veces han creído los mundanos que la Iglesia iba a sucumbir al embate de tempestades espantosas, pero otras mil y mil se han engaftado, y mientras el tiempo, al pasar, va arro– jando a las playas restos informes de imperios caídos, de

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