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-41- eón el desprecio con que los miraban los fariseos y doc– tores; esta disposición de ánimo justifica anticipadamen– te la predilección dejesús y la amable condescenden– cia con que se sentaba a su mesa, como lo hizo con Za– queo, o los llamaba como a Mateo, o los perdonaba magnánimamente como a la muje~_ adúltera, o se les ha– cía encontradizo en el camino como a la Samaritana jun– to al pozo de Sicar, y se dejaba obsequiar por sus arre– pentidos amigos, como la ilustre pecadora del Evange– lio. Pero los despechados doctores no podían atribuir esto, sino a complicidad con los malos y al desprecio que el Divino Taumargo hacía de sus juicios y doctrinas tan estrechas. Partían del principio de que el Mesías. era para Israel, y que .ellos eran los genuinos represen– tantes del pueblo escogido; y por lo mismo que Jesús no entraba en sus planes y se salía de sus menguadas. glosas talmúdicas y miras nacionales, no querían acep– tarlo como el Enviado de Dios, lo acechaban y lo ca– lumniaban. De aquí la aplicación literal que a sus prejuicios te– nían las parábolas del Divino Maestro. El redil donde estaban guardadas las noventa y nueve ovejas era el pueblo judío cuyo Pastor de todo derecho era el Mesí– as: pero al llegar al mundo, quiso recoger la oveja ex– traviada que era el pueblo gentil, los pecadores y extran– jeros; su misión era salvar a todos los hombres hacien– do un solo redil y un solo pastor, lo cual irritaba el or– gullo nacional del farisaismo y escandalizaba a aquellos, magnates incapaces de entender los altísimos designios. de Dios y la alegría que le causaría ver entrar en el re– bafio y hacerse hijos de las promesas a los extraños. El·
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