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-32- sino. de iluminarla; pero al hacerlo, levantamos tempes– tades en la conciencia y polvareda de pasiones inve– teradas, cegadoras de la vista del alma con la com– plicidad del mundo, del demonio y de la carne, inte– resados en estorbar el paso a la verdad y a Dios que llega con ella. La violencia que los invitados han de hacerse para que libremente oigan la palabra de Dios o el clamor de su conciencia, no es en su inteligen– da, jamás propone Dios ni su Iglesia afirmaciones con– trarias a la razón, libre de prejuicios. Cuando oigais de– cir que existen muchos incrédulos convencidos de la falsedad de nuestros dogmas, o muchos malos cristia– nos persuadidos de la inutilidad de nuestra moral, y .que esta persuasión y aquel convencimiento justifican el desprecio de las ensefianzas de la Iglesia, habéis de pensar que eso no es verdad, que es una ficción mil ve– ces desmentida en la vida real; descartando la ignoran– cia inculpable de muchos que han nacido o han crecido en un medio totalmente ajeno a la instrución religiosa cristiana, en los pueblos católicos nadie o casi nadie llega a esos estados de incredulidad o de abandono de las cosas de Dios por conclusiones rigurosamente cien– tíficas o filosóficas, sino por arrogancia incahficable y soberbia ante la sabiduria de Dios, o por pasiones ba– jas inconfesables, a favor de las cuales fennentan los instintos ciegos. Nada de contradiciones entre la cien– cia y la fe, entre la Verdad filosófica y la Verdad divi– na revelada: en los dominios de la Verdad todo es luz y harmonia: el conflicto está en los dominios de lo fatal, de lo instintivo, del orgullo y de la codicias que se opo– nen al impulso de la palabra de Dios y a su divina

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