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-30- te celestial, preparado para los elegidos. Los enviados de Jesucristo fueron por toda la tierra invitando a buenos y a matos con el Evangelio de ta salud; con ellos va llenándose la sala del festín, la casa de Dios, la Iglesia Católica; y tos hijos de Abrahám según ta carne van quedando postergados hasta última hora. Pero en el texto evangélico que acabamos de leer hay una palabra muy sugestiva y que merece toda ta atención de nuestra parte, porque encierra el altísimo significado de ta misión encargada a los Apóstoles, y el secreto de la cooperación de aquellos a quienes son en– viados. El gran salón del convite iba ya llenándose con cuantos advenedizos habían podido reunir los criados introduciéndoles a cenar; pero todavía quedaban asien– tos vacíos, y el Sefíor de la casa repite la orden antes dada afíadiéndo aquella palabra: ¡¡Compelle intrare!! oblígalos a entrar; tal había de ser la insistencia en las invitaciones que los invitados se sintieran como obliga– dos a entrar al festín; es el fenómeno del orden moral que se verifica en cuantos acosados por la palabra evangélica, exteriormente, e interiormente por la gracia de la divina vocación, sentirían la obligación moral de seguir el impulso divino, y serían responsables de tre– mendas sanciones, si lo rechazaban; pues ningún obsti– nado gustará la cena preparada por el Hijo de Dios; así lo jura El mismo con las palabras de aquel padre de fa– milias. Esta obligación moral y las sanciones consi– siguientes demuestran que la primera condición para seguir a Jesucristo es la libertad, de la cual nadie abu– sa impunemente.

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