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-292- santa y la magnificencia de su templo, pues llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra.» Y el día aquel llegó. El pueblo hebreo, engafiado por sus prín– cipes y sacerdotes, pidió y obtuvo la muerte de su Me– sías del aclamado Profeta, del que había adoctrinado a los pobres, sanado a los enfermos y resucitado a los muertos. Cuando la presencia del intruso idumeo en el trono de David se les hizo ya insopotable buscaban al que habia de venir a libertarlos, precisamente en aquel momento histórico profetizado claramente: se lan– zaron a proclamar Mesías a todos los patrioteros que secundaban sus planes de revuelta y encedióse la gue– rra civil; durante diez años los campos de Galilea y Judea vieron luchas fratricidas, relatadas puntualmente por Josefo historiador judío contempOiáneu; los procón– sules romanos intervenían a cada paso haciendo mor– tandad en lo más exaltados, hasta que el emperador Vespasiano resolvió acabar con aquel estado anárquico, reduciendo a provincia romana la Palestina y dando la orden del cerco y del asalto y del exterminio: cum– pliendo sin saberlo el anatema· de Jesucristo: no quedó de la ciudad ni del templo piedra sobre piedra. Era el signo del principio del reinado del evangelio aventado por la persecución judía primero y luego por la disper– sión general decretada por los vencedores, los cristia– nos llevaron por todas partes la palabra del Maestro tan fielmente cumplida y robustecida por el mismo pre– visto y anunciado desastre nacional; estaban prepara– dos: su fe no desfalleció.

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