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-285- te? ¿Será digno de un cristiano el consuelo de los que se resignan a lo fatai, a lo inevitable, sin levantar al cielo los ojos y ver la Vida de Dios afirmando que ante El nada muere y que todos viviremos eternamente? Es además deshonroso para nuestros muertos, llevados al descanso eterno y caídos en los brazos ,amorosos de nuestro Padre celestial, lamentar tanto y tan tenazmen– te el paso decisivo que los puso en posesión de su eter– no destino. La esperanza cristiana debe moderar los excesos de lloros y lágrimas, e imponer al dolor cristiano el sello de serenidad y de paz que edifique a cuantos nos observan. Aún más; sabemos que las almas de nues– tros queridos difuntos están al alcance de nuestra ora– ción de sufragio; ¿porqué no suprimir todo ese boato mundanal de que se disfraza la muerte con la vanidad de los vivos, y pasar con nuestra oración la frontera de la vida, y aprovechar las expiaciones que Dios pone en nuestras manos, en forma de limosnas a los pobres, o de inmolaciones en los altares? Bendigamos sincera– mente al Sefior, porque ha puesto un término inevitable a esta vida llena de tantas miserias, y porque de éstas ha hecho ocasiones de merecer la vida que no se acaba. Seamos así cristianos ante el lecho del dolor de los nuestros, y preparemos nuestro espíritu para santificar los dolores; la enfermedad y la muerte propia. Jesucris– to es de hecho nuestra resurrección y nuestra vida; si vivimos en contacto con Jesús, el aguijón de la; muerte nos será más leve y servirá de estímulo para permane– cer a El unidos, de manera que ni la enfermedad, ni la muerte, puedan separamos de quien es ta resurrección y l11 vida perdurable en el cielo.

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