BCCCAP00000000000000000001106

-284- la casa de Jairo, manda con soberana autoridad despo– jarla de lutos, lágrimas y estrepitosa tristeza; entra la Vida; se equivocaron los que dijeron al desconsoladd' padre que no era precisa ya la presencia del Maestro; sí, ahora más que nunca es precisa; se trata de demos– trar la divinidad de jesús, y de dar una lección impor– tantísima al mundo sobre la actitud que debemos obser– var ante la muerte del cuerpo. Hemos oído las risas de los circunstantes ante la rotunda afirmación divina de que la nifia estaba solamente dormida; así se ríen los incrédulos, cuando se les diceq ue el suefio de la muerte cede ante la llamada de la Omnipotencia de Dios; y desgraciadamente muchos cristianos parecen estar de acuerdo en la fatalidad definitiva de los sepulcros, como si ellos fuesen el sello de la muerte eterna: así lloran y se desconciertan, y se afligen ante los despojos que la muerte dejó en el lecho al arrebatarles un ser querido. ¿Pero es que la fe cristiana no penetra con sus luces en la lobreguez de las tumbas?, ¿no dice nada a los sobre– vivientes, de los destinos de las almas inmortales y de los cuerpos que ellos informaron? Si Jesús llegara a una casa cristiana en los momentos del duelo, y se dispu– siera a repetir el milagro operado en la hija de Jairo, la familia entera despediría el duelo y lo convertiría en fiesta, convencida de que la muerte estaba ya vencida. Y ¿teniendo como tenemos la seguridad de que Jesús es la resurrección y la vida de los cuerpos y de las al– mas, solo porque el milagro no se produce a nuestra vista, hemos de llorar la muerte, sin atisbos de esperan– za cristiana, deshonrando nuestra fe y ofendiendo el po– der de aquél para quien todo vive y que venció la muer-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz