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-280- pónese en camino acompafíado por una muchedumbre siempre creciente que apenas le deja avanzar. Pre– siente la proximidad del milagro y todos desean verlo con sus ojos. Pero Jesús parece no tener tanta prisa en llegar a tiempo de sanar la jovencita; un incidente pon– drá a prueba la angustia del desgraciado padre; revuel– ta entre la multitud, ·y calculando bien que los mismos vaivenes de la gente la llevarían hasta el Maestro sin ser notada, anda una pobre mujer agotada por el flujo de sangre que padecía y contra el cual había sido inú– til la ciencia de los médicos, y la fortuna que por cu~ rarse había ella derrochado. Decía en su corazón «si logro tocar siquiera sea la orla de su vestido, quedaré sana». A nadie podía declarar su mal públicamente: era una especie de maldición legal que la hacía indig– na de la sociedad de sus hermanos en religión; que– dábale únicamente el recurso de la omnipotencia del nuevo Profeta, y su esperanza no la engafíó: en cuan– to logró tocar la borlita que pendía de la túnica de Je– sús, sintióse completamente libre de su terrible mal. Pero Jesús estaba en las intimidades de aquella alma creyente y leal; detiénese, y, como habéis visto, obtie– ne de la Hemorroísa, ya sana, la confesión pública del beneficio recibido, alaba su fe mucho más segura que la de Jairo, mientras este sufre lo indecible ante la posibilidad de que el divino Médico llegue tarde, según sus cuentas, ante el lecho de su hija. ¿Por qué permitía Jesucristo estas tardanzas y el sufrimiento del desgra– ciado padre? El anuncio de la muerte no se hizo espe– rar: los criados de Jairo se adelantan a su llegada y se atreven a insinuarle que haga volver al Maestro, pues

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