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-258- do de una subida conciencia cristiana, impregnada de caridad y conmiseración, para no verse encerrado en la dureza de lo que se puede alegar y probar. Pues si para hacer justicia quien puede y debe hacerla, necesita te– ner misericordia con el hombre y hacerse cargo de sus debilidades, ¿cómo no será necesario lo mismo cuando se trata de entenderse los hombres entre sí directamen– te en asuntos de intereses y de honor, y de pasiones que tan fácilmente ciegan y tuercen los dictados de la razón?.. ¿No será razonable ponerse, siempre que se pide justicia, en el caso del deudor moroso del Evange– lio, y pesar las cuentas que cada uno tiene o ha tenido pendierttes con la eterna Justicia de Dios, tantas veces vencida por la infinita misericordia?.. La caridad cristia– na noes por tanto, otra cosa que la expresión de las com– pensaciones que podemos ofrecer a Dios por ofensas y deudas mil veces perdonadas, reconociendo que no se– rán jamás tan enormes las que nuestro prójimo pueda te– ner con nosotros: y, por lo mismo, que habrá siempre una razón cristiana que atenúe los rigores de nuestras exi– gencias, razón cristiana olvidada desgraciadamente por el mundo, y substituida con el legalismo, inflexible para el desvalido y acomodaticio para el poderoso; rígido ante la miseria, y blando ante el dinero y el soborno. La caridad debe ser la moderadora de la justicia entre los hombres, como la misericordia templa los rigores de la justicia de Dios. Argumento moral De lo cual podemos concluir la razón que asistía al

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