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-22- tra alma apenas nacidos, como quien recibe ta gracia junto a ta surgente misma donde se produce con ta vi– da natural y con el aire ambiente que respiramos; ellas cayeron sobre nuestra frente en forma de cruz mientras se invocaba el nombre augusto de la Santísima Trini– dad, cuyo misterio encierra el fundamento inquebranta– ble de nuestra fe cristiana; misterio incomprensible co– mo la esencia misma de Dios, pero revelador de la per– fección soberana que en Dios alcanzan et conocimiento y et amor, cuyas centellas sentimos constituir nuestra íntima naturaleza. Por la doctrina de ta Santísima Tri– nidad sabemos que Dios conoce y es conocido, que ama y es amado, que irradia gozo infinito y completa su propia felicidad en la unidad más excelsa y en la varie– dad más hermosa de Personas, sin que haya jamás teni– do necesidad de comunicarse fuera de sí; y por to mis– mo, al hacerlo, manifestó su amor infinito y el purísimo deseo de hacer felices a sus criaturas; to cual desmiente de una vez las groseras concepciones de ta divinidad que tos antiguos y modernos fingen para explicarse al mundo y su autor. Al sumergirnos en las aguas bautis– males, renacemos a una nueva vida, comenzamos a par– ticipar de la vida misma de Dios: «divinae consortes fac– ti naturae»; vida que es conocimiento de Dios, amor a Dios, unión con Dios por la gracia santificante, mereci– da por Jesucristo con su Pasión y muerte; vida que co– mienza en ta tierra, pero que· de sí misma se perpetuará en el cielo y será la vida eterna y la eterna felicidad de los elegidos. He aquí por qué tenemos obligación moral de reci– bir el mensaje_ de nuestra vocación a la Iglesia, de apro-
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