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zarse por conservar esta pureza bautismal v no manchar su alma con el pecado mortal ni co~ los pecados veniales voluntarios. De aquí la necesidad de aborrecer el pecado, la obligaci6n de huir de las ocasiones, de refrenar las pasiones, de observar los mandamientos, de vivir según la voluntad divina. 2. Si por desgracia o por malicia, tentados de los enemigos o arrastrados por las pasiones, caemos en algún pecado y nos manchamos con las culpas graves, es necesario limpiarse, purificarse por me– dio de la penitencia. La caridad borra los pecados, el espírtu de contricci6n lava el alma, el dolor pu– rifica. Amplius lava me Domine. Señor, lávame con tu gracia; haz pura mi alma; vuélvela blanca como el ampo de la nieve. 3. Además de la pureza moral, que se nos co– munica por la gracia santificante, debemos procu– rar la pureza del alma, que proviene del desapego a las cosas de este mundo. Desprender el alma de los bienes terrenos y caducos, que no promueven la gloria de Dios; de las cosas criadas, que no sir- ven para la eternidad. Despojarnos, en lo posible, de la ambici6n por los honores, que se marchitan como la flor y desaparecen como el humo. Cada cual es lo que es delante de Dios, y nada más. Si alguna cosa buena existe en nosotros en el orden espiritual, intelectual o material, todo se debe al -78-
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