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tinuamente la gracia hasta su gloriosa muérté. ¡ Qué cúmulo de gracias tendría la Virgen cuando subió en cuerpo y alma a los cielos en el día de su ' Asunción gloriosa! Aquí no podemos comprender los tesoros de gracia y de santidad con que fué en– riquecida la Reina del cielo y de la tierra. ¡ Oh, cuándo verán mis ojos tu incomparable riqueza! Reflexiona, alma devota, que Dios por su bon– dad difundió su divina gracia en el día de tu bau– tismo. De modo maravilloso te unió a El. Se veri– ficó como una nueva concepción espiritual a la vida cristiana. Esta unión debía crecer en tí conti– nuamente como en María. El cándido vestido del bautismo, símbolo de la gracia santificante, debía hacerse siempre más puro, más resplandeciente, más hermoso por el continuo progreso de la gra– cia. Pero ese progreso ¿ no se ha interrumpido nun– ca en ti? ¿ Nunca has perdido la inocencia bautis– mal? ¿ Nunca se ha manchado tu cándido vestido? Piensa, reflexiona... Como en María, así en nosotros debe crecer siempre la unión con Dios mediante el ejercicio de las virtudes, la recepción de los sacramentos, las obras buenas, la oración, el progreso en la santidad. -62-
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