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Virgen era a la vez madre; que en Ella se habían cumplido las profecías de los Patriarcas, los orácu– los de los Profetas, los deseos de los justos. Sentiría en su corazón al mismo Dios que le decía: He aquí que te he elegido entre todas las criaturas, bendita entre todas las mujeres, para que seas la Madre del Dios vivo, del Ungido del Señor, del Sacerdote y Salvador. ¿ Quién puede comprender los afectos de María, los actos de agradecimiento, de reverencia, de amor, de adoración? Por otra parte, j qué pena y dolor al ver nacer a Jesús en tanta pobreza, tanta humildad, con tan poca comodidad! Semejantes sentimientos embargarían también el corazón del castísmo San José. Podemos muy bien imaginarnos las delicadezas y las atenciones de los amantes esposos para con el Divino Infante Jesús, Rey de cielos y tierra, re– ducido por nuestro amor a la más absoluta impo– tencia. II. MARÍA, MADRE DE LA lcLESIA Cuando el Salvador interrogó a los Apóstoles qué pensaban sobre su persona, respondió San Pe– dro: "Tú eres Cristo, Hijo de Dios vivo" (8). Del (8) Matt., XVI, 16. - 54 -

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