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III. Se cuenta también de Federico Ozanani qué en algún tiempo fué asaltado de dudas religiosas y atraído por las lisonjas del mundo. Un día entró en la iglesia de San Esteban del Monte, de París, y en un ángulo del templo observó a un viejecito en humilde oración con el rosario entre las manos. Se acercó y le reconoció; Era Andrés M. Ampere,. famoso sabio de aquel tiempo, To– das las dudas de Ozanam desaparecieron y se puso a rezar él también a la Virgen. IV. Se lee en la Vida de San Vicente Ferrer que un hombre que había llevado una vida pecaminosa cayó gravemente enfermo. Desahuciado de los médicos se desesperaba ante el pensamiento de la muerte y de la eternidad. Llamado San Vicente, procuró exhortarle a, la penitencia y a la confianza en la misericordia de Dios, que perdonó al hijo pródigo, a la Magdalena, al Buen Ladrón, etc. No obstante, continuaba en su deses• peración y endurecimiento. El Santo, volviéndose a los circunstantes, dijo: "Empecemos el Santo Rosario." No lo habían todavía terminado, cuando el moribundo llama al Padre Vicente y le dice: "Padre, confiéseme." María le había concedido la gracia del arrepentimiento y de la confianza. Se confesó y murió con señales de arrepentimiento y de eterna salvación. Súplicas.-¡Oh María, Reina del Rosario!, te pido que todos los días de mi vida te honre con esta hermo– sa plegaria del Rosario. Que ponga sobre tu cabeza esta guirnalda de flores. Que no sólo lo rece mecánica– mente, sino con verdadera devoción interna. Que sea para mí como una defensa contra los enemigos y un 11.rmil ae cómbatei

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