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necieron algún tiempo suspensos con recíproca admiración. El almirante turco rompió el silen– cio con un golpe de cañón. Don Juan de Austria le respondió con otro, y luego se entabló la colo– sal batalla. La lucha, en un principio, parecía más favorable a los turcos; pero luego se cambiaron las suertes. Animados los cristianos con el heroís– mo de don Juan de Austria, que enarboló el es– tandarte cristiano, empezó la derrota del ejército turco. Los cristianos victoriosos hicieron innume– rables víctimas y prisioneros de guerra. En los días precedentes, el Santo Pontífice Pío V había aumentado sus penitencias y auste– ridades, había recomendado oracfones a los fie– les y a todas las casas religiosas de Roma. El mis– mo perseveraba día y noche en oración. El día en el cual tuvo lugar la batalla había venido el teso– rero del Vaticano para tratar asuntos importantes. El Pontífice le impone silenció con la mano, se levanta, va a la ventana, la abre y permanece al– gunos minutos en profunda contemplación. Todo conmovido y lleno de alegría, dice: "No hablemos ahora de asuntos. Corred a dar gracias a Dios en la iglesia. Nuestro ejército ha vencido." Fué aquél el momento en que se obtuvo la estrepitosa vic– toria sobre el imperio otomano. Por el triunfo de la Reina del Rosario le fué dado el título glorioso - 524 -

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