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nada: como Reina y Señora del mundo. La alegría de la Madre es también alegría para los hijos. Al mismo tiempo es motivo de nuestra espe– ranza. Hemos sido creados para el cielo. Nuestro destino es la gloria eterna. Aspiramos a la felici- · dad completa de nuestro ser. La gloria tiene razón de premio y es necesario ganarla en este mundo con la santidad de la vida terrestre. Cumplida nuestra misi6n, aquí en este mundo, llegará el momento de pasar al otro. Primero pasará nues– tra alma sola a las mansiones de la eternidad. Al final de los tiempos, después de la resurrección final, se unirá al cuerpo. Los dos elementos uni– dos, toda la persona completa con los sentidos y potencias glorificadas, recibirá el premio debido a sus buenas obras. La recompensa será la posesión del mismo Dios. Sólo un Dios infinito podrá sa– tisfacer los deseos del hombre. Además de esta felicidad sustancial, habrá tam– bíén otra felicidad accidental no pequeña, que será ver a Jesucristo, a la Santísima Virge.11 y a todos los Angeles y Santos, a la muititud inmensa de predestinados. j'Qué contento y qué alegría ver a Jesús y a María! ¡Qué belleza más encantadora! No hay en este mundo comparaciones adecuadas para explicarlo. Toda esa gloria sustancial y accidental nos es- - 511-

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