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. Después de la mitad del siglo segundo ya se em– pezó a hacer una clara distinción .entre mártires que mueren por la fe y confesores que sufren sólo por la fe (204). En el siglo cuarto, el título honorífico de Confes– sor se comenzó a tomar en un sentido metafórico, o sea, se extendió también a todos los que daban testimonio de Cristo y su Evangelio mediante una vida ascética, por la fiel observancia de los manda– mientos y práctica de las virtudes cristianas. El ejercicio perenne de las virtudes es un verdadero martirio espiritual por la continua violencia que el hombre tiene que hacerse a sí mismo (205). Por esto, hacia la mitad del siglo 1v se extendía también a estos el culto dado a los mártires desde los prin– cipios de la era cristiana. Los primeros en recibir tal culto en Oriente fueron San Antonio Eremita (murió en 371), San Atanasia, Obispo (t 373). En Occidente, San Eustorgio, Obispo de Milán (t 331), San Silvestre, Papa (t 331); San Martín, Obispo de Tours (t 397). Del siglo 1v en adelante, con el título de confe- (204) IBÍDEM, op. cit., V, 2, 2. (205) Cfr. CLEM. ALEJANDR., Strom., IV, 15, 3; S C1PRIA– No, Epist., 13, 8. - 475 -

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