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debieron tratar y gozar de su dulce presencia. La contemplaron dolorosa al pie de la Cruz y la con– solaron en su aflicción. San Juan, por encargo del Salvador, la tomó por Madre y Ella, a su vez, por hijo, y en él a todos los engendrados por Cristo. Con María en el Cenáculo recibieron el Espíritu Santificador que les transformó a todos en Após– toles. San Lucas y San Mateo debieron conocer, por medio de María, los particulares de la infancia del Salvador, y sobre todo el cántico del Magníficat, que conservaba en su corazón (197). Después de la Ascensión a los cielos de su Hijo, se cree que se retiró en la casa de los Apóstoles San Juan y Santiago, en compañía de María Salo– mé, que la había acompañado en las escenas dolo– rosas del Calvario. Allí San Pedro debió visitarla, y quizá también San Pablo, cuando después de la conversión en el camino de Damasco fné por pri– mera vez a Jerusalén. Propiamente se puede suponer que asistirían a su dulce tránsito y constatarían su Asunción en cuerpo y alma a los cielos, donde la recibieron los Angeles y los Santos como Reina y Señora. La Virgen, después de la Ascensión del Señor, (197) LHc.., II, 19. - 458 -

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