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mientras Bonifacio y Ansgrio atraen a la fe cat6li– ca a los pueblos germánicos; como a los eslavos, Cirilo y Metodio. Ensanchóse luego todavía más el campo de acción misional, cuando Guillermo de Rubriquis iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia, y el Beato Gregorio X envió a la Chi– na misioneros, cuyos pasos habían bien presto de seguir los hijos de San Francisco de Asís, fundando una Iglesia numerosa, pero que pronto había de desaparecer por comoleto al golpe de la persecu– ción. Más aún: tras el descubrimiento de América, los ejércitos de los varones apostólicos. entre los cuales merece especial mención Bartolomé de Las Casas, honra y prez de la Orden Dominicana, se consagraron a aliviar la triste suerte de los indíge– nas, ora defendiéndoles de la tiranía despótica de ciertos hombres malvados, ora arrancándoles de la dura esclavitud del demonio. Al mismo tiempo, Francisco Javier, comparable. sin duda, a los mis– mos Apóstoles, después de haber trabajado heroica– mente por la gloria de Dios y salvaci6n de las al– mas en las Indias Orientales y en el Japón, expira a las puertas mismas del Celeste Imperio, como para abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquella región vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de an– helos m1S1oneros, y en medio de mil vicisitudes, - 456 -
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