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mo enamorado dt, su bellezc1i ~xclama: "ú quam puchra es, amica mea." ¡Qué hermosa eres, ama– da mía, qué hermosa eres!, quam pulchra es ... Generalmente los hijos se parecen a las madres. Habiendo Jesús recibido la humanidad de María, a Ella debía asemejarse. Siendo Jesús el más per– fecto, el más bello, el más santo de todos los hijos de los hombres, lo debía ser también su Madre en– tre todas las madres. María poseía santidad perfecta, beldad celeste. Su cuerpo bello encerraba un alma más bella; por– que toda era santa, toda recta, toda pura, toda divi– nizada, en cuanto es posible a una humana criatu– ra. Dice el Espíritu Santo que la belleza de la reina está en el interior, y de hecho, la gracia que el di– vino Espíritu vertió en el Corazón Inmaculado de María la hizo toda hermosa a los divinos ojos. Pero esa belleza interna refl.ej ándose al exterior formó en Ella una aureola de exquisita amabilidad. Por esto exclama San Juan Damasceno: "¡Oh María!, ¿ cómo podré describir la santa gravedad de tus pasos, la prudencia en tus miradas, la modestia en tus vestidos? No hay en ti nada abandonado, nada vanidoso, nada afectado. Ni lujoso ni muelle, sino un no sé qué de austero, de serio, de moderado por una dulce dignidad. Tu alma es humilde en la más elevada contemplación; tu conversación es - 132-
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