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la devoci6n a este privilegio de la Concepci6n In~ maculada. Nuestros monarcas se valieron de su autoridad para extender y grabar hondamente en el coraz6n de sus súbditos la fe en este misterio. Juan I de Arag6n puso su reino bajo el manto pro– tector de María Inmaculada, mandando a sus súb– ditos que se celebrase con solemnidad su fiesta. Felipe Ill hizo muchas instancias a la Santa Sede para que definiera este dogma y se acallaran las disputas, mandando, al efecto, varias embajadas a los Sumos Pontífices Paulo V y Gregario XV. Del mismo modo se port6 Felipe IV, que acudi6 al Papa Alejandro VII en favor de la creencia en la [nmaculada, consiguiendo la renovaci6n de los de– cretos de Sixto IV y San Pío V. Sus sucesores, Car– los- II y Carlos III, apoyaron a los defensores de esta verdad, mandando el primero que todos los predicadores, al principio de sus sermones, invoca– sen a la Inmaculada Concepci6n con la f6rmula acostumbrada: "Bendito y alabado sea el Santísi– mo Sacramento del altar y la purísima e inmacula– da Concepci6n de la siempre Virgen María, con– cebida sin pecado original desde el primer instante de su ser natural." El segundo declarándola Patrona de España e Indias Occidentales, pidiendo al Papa Benedic– to XIV la confumaci6n de la Bula d~ Alejan- - 1'21: -

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