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con todo el peso del pecado orignal y quizá de los pecados personales, por lo menos leves. Pero con el deseo y la aspiración debemos re– montarnos como águilas reales sobre las miserias de este mundo a los límpidos espacios del azulado firmamento ... El Espíritu Santo nos dice: Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás jamás. Si el hombre se acuerda y piensa en la muerte, juicio, infierno y gloria no pecará; porque no tienen comparación ninguna los bienes o los males de este mundo con la gloria o la pena del otro. El Profeta dice: Clava, Señor, mis carnes con tu temor (26). En las tenta– ciones del demonio, en los movimientos de la carne y en las tendencias sensitivas y brutales de la con– cupiscencia, es necesario armarse del temor de Dios para no caer en las manos de un Dios viviente y justiciero. María, en el momento de su Inmaculada Con– cepción, recibió, junto con los demás dones, el don del santo temor de Dios. En la Anunciación fué llena de un temor filial y reverenciaL Un temor casto que temía ponerse en peligro de perder su virginidad. Comprendido el misterio, dió sin vaci– lar su consentimiento. (26) P. s. - 114 -
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