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cer los obst~culos y practicar la pureza según su estado. Volvamos nuestros ojos a este sol de justicia y de santidad. Sus resplandecientes rayos no permiten que veamos en Ella la menor mancha. Antes bien, con esos divinos resplandores podemos conocer y contemplar las manchas que oscurecen nuestras al– mas manchadas por los pecados original y perso– nales. Si por eÍ bautismo adquirimos la inocencia, j cufotos pecados personales, graves o leves se' dan en las almas aun después del pecado original 1 j Cuántas veces se ha perdido la gracia o, por lo menos, impedido su esplendor 1 Examinemos y ponderemos justamente nuestros defectos, nuestras imperfecciones, nuestro carácter y modo de ser. No dejarnos contaminar ni manchar del fango del mundo, del contacto con las criaturas. No de– jar pegar nuestro coraz6n a las cosas efímeras de la vida mundana y aspirar a cosas más nobles y elevadas. Como los· vaso.s que se han consagrado al culto divino deben conservarse puros, limpios e inconta– minados, así las almas y los cuerpos de las .persa-

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