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y no manchar sus almas y sus cuerpos con los vicios opuestos. ¡ Cuántos jóvenes, por curiosidad o mali– cia, se dejan arrastrar de la concupiscencia y se en– tregan a pensamientos, deseos, conversaciones, ac– ciones ilícitas entre personas célibes! ¡ Cuánta ju– ventud corrompida, contaminada! Es cierto que uno de los fines del matrimonio es la procreación de los hijos. Pero dentro del matrimonio y cum– pliendo con los propios fines ¡ cuántos pecados se puederi evitar! ¡ Cuántas infidelidades entre los es– posos! También se debe observar la castidad después de la muerte de uno de los cónyuges. Si uno de ellos queda viurlo, antes de llegar a la ancianidad, es más difícil conservar la castidad. Sin embargo, no pasando a nuevas y legítimas nupcias, está obliga– do a poner los medios para practicar esa virtud. No justifican los pecados y los vicios, las tentado. nes, las inclinaciones naturales, la concupiscencia, la costumbre legítima en el matrimonio ni otros muchos pretextos que se pueden aducir. El eón~ yuge viudo, como cualquier otro hombre, está obli– gado a observar el precepto natural de no forni– car. Con la gracia de Dios, la frecuencia de los sa– cramentos, la humilde y constante oración y la de– voci6n filial a la Virgen Incorrupta logrará ven• - 110-

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