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226 GUÍA DE SUPERIORES del cielo, a abrir de par en par las puertas de la bien– aventuranza y facilitarnos la posesión eterna de la gloria. Jesucristo, cumplida su misión redentora, nos dejó por testamento continuar su obra: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (12). Nos toca recoger su herencia, su patrimonio; trabajar para que el sacrificio del Redentor no sea inútil. "Nuestro deber-dice Pío XI-de amar a Dios exige, sin duda, no sólo que procuremos aumentar cuanto podamos el número de aquellos que le conocen y adoran en espíritu y verdad, sino también que sometamos de nuevo al imperio de nuestro amantísimo Redentor cuantos más y más poda– mos, para que se obtenga cada vez mejor el fruto de su Sangre, y nos hagamos así más agradables a El, ya que nada le agrada tanto como el que los hombres se salven" (13). La Cruz del Calvario se ha hecho cátedra y faro para iluminar a los pueblos y atraer al universo (14). Por ella ha triunfado Cristo de las tinieblas del error y de la idolatría: Ya ha radiado su luz sobre inmensas regiones de la tierra; ya ha vencido al mundo y derri– bado muchos ídolos, que yacen estrellados a los pies de la Cruz (15). Esta redención histórica debe extenderse y prolon– garse hasta los confines del mundo. Los Religiosos, en nombre de Cristo, revestidos del espíritu de Cristo, penetrados del celo de Cristo, con– sagrados a la imitación de Cristo, deben ser los enamo– rados de Cristo, los instrumentos de sus misericordias, (12) Marc., XVI, 15. (13) AA. S, 1926, XVIII, p. 68. (14) AA. S, 1942, XXXIV, p. 134. (15) AA. S, ibid., p. 135.
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