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220 GUÍA DE SUPERIORES agonizante que no tiene sacerdote a su lado, por el niño que no tiene una madre que le cuide; por la edificación del Cuerpo Místico de C11isto, por la extensión de su rei~ no. Como dice el P. Tragella, una piedad, una espiritua– lidad limitada, angosta, cerrada dentro de las vallas pues– tas por nuestro celo demasiado prudente, será lo que se quiera, pero no piedad, no espiritualidad, y mucho me– nos espiritualidad misionera (1). ¡Cuántos religiosos y religiosas contemplan las mi– siones como una cosa accide'ntal en la Iglesia y más todavía en la propia Orden y Congregación! Yo no tengo vocación de misionero, de misionera; yo me preocupo de ser buen religioso, y nada más; lo que pasa fuera de mi monasterio, no me importa. No vemos las Misiones, como dice Giordani, con los ojos de la Iglesia, no las v:emos con el Corazón de Cristo... Particularismo, diví– sionismo, individualismo... nos encierran en hoyos, es– torbándonos la visión católica del mundo. Pámpanos, si no cortados, colgantes en el tronco de la vid, no sen– timos ya en nosotros el vacío que los millones de in– fieles abren a nuestra vida; y en nuestra alma estamos sufriendo de la indigencia que la falta de todas esas almas nos produce a nosotros, la Iglesia (2). Es necesario vivir la vida del Evangelio en los tiem– pos actuales; santificarse y santificar en el ambiente actual. Debe ser una santidad sabia y prudente, en con– forniidad con el tiempo, el lugar, las personas, las ne– cesidades, pero que lleve siempre a Dios. No hay más que una santidad substancial, que nunca cambia. El de– fecto será siempre defecto y la virtud será siempre vir- (1) Cfr. J. B. 1'RAGELLA, Per una spiritualita missionaria, p. 43, Roma, 1948. (2) Cfr. Cattolicitá, p. 235, M,)rcelliana, Brescia, 1946.
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