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CONF. XIV.-DE LA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA 209 nuestra escuela, nuestra doctrina, nuestro espíritu. La doctrina está generalmente conforme con la educación, con la psicología, con las tendencias espirituales de los escritores. Es cosa evidente que la doctrina franciscana se distingue por la tendencia afectiva; su fin es iluminar e inflamar a la vez. El conocimiento está sometido al amor; la inteligencia obra bajo el predominio de la vo– luntad. No es la especulación árida, sino la ciencia prácti– ca, llena de unción, saturada de amor. A este propósito es,.; cribe el P. Torró: "Y así parece ser verdad, pues, a seme– janza de la Iglesia santa, y recibiendo de ella la virtud, que es la de Cristo; la Orden de Menores se presenta en el siglo trece, y llega a París, a Oxford, a Salamanca y a Bolonia, y envuelve pronto estos claustros fríos y esque– léticos del saber con su cuerda conductora del amor ac– tivo e incansable. Y vemos cómo al contacto de esta cá– lida inspiración, las Universidades se reaniman y ad– quieren fuerza, vida y movimiento, y dejan de ser lo que parecían antes, soles norteños, de luz inerte y de mortal invierno, para transformarse en magníficos soles de mediodía, que arden y alumbran y dan a las almas, con la siempre antigua y eterna verdad, la virtud crea– dora y prolífica del siempre joven y remozante amor. De esta nueva generación abrasada son rayos solares aquel primero de nuestra escuela franciscana, que se llama Antonio de Padua; y el otro, que hubo de apelli– darse por los ardores de su ciencia Doctor Seráfico; y el otro tan activo, tan rápido, veloz y generoso, el Beato Raimundo Lulio, de quien se dice bien que fué Caballero andante del pensamiento, y otros mil. De suerte que, des– pués del Seráfico Padre San Francisco y de sus eminen– tes discípulos, herederos fieles de su espíritu, la ciencia 14
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