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para que ésta se alegrase. En un primer momento, la mamá se asus– tó del tigre. Pensó que fuera a comerla a ella. Pero no venía a bus– carla a ella, sino a buscar al recién nacido. Dababosá trajo también a la niña que se había llevado, ya muy mayorcita. Trayendo, a la vez, tortuga en una canasta para que pueda comer el papá y la ni– ña. A la mamá no le dejó nada y el tigre siguió sonriendo. La mu– chachita ya tenía un poco de senos. Sus padres se quedaron asom– brados. Y rápidamente el tigre empezó a echar tabaco a la mamá para que curase del parto que había tenido. Su padre estaba ha– blando con su hija y el tigre seguía meneando la lengua hacia la madre, echándole tabaco, para curarla. Su padre fue de cacería hacia el monte. Cuando volvía de la ca– za, siempre se encontraba con Dababosá, pero transformado en ti– gre. Ya tenía matado al mono, guacamayo, pava y otros animales más. Regresaba pronto y temprano de la cacería, pero no pasaba ham– bre, pues Dababosá le traía para comer desde donde nace el sol. Dejaba toda clase de comida. Para mujer dejaba tortuga y otros ani– males. Dababosá venía todos los días, cada noche, al atardecer. La muchacha era simpática; su padre y los barí estaban encantados de ella. Dababosá se transformaba todos los días en tigre y ven:a a buscarla. Y así pasaban los días. Pero su papá pensaba: «Necesito para comer una vez al día». Pero de noche, Dababosá se lo dejaba todo listo. Así los barí nunca iban de cacería, sino que se quedaban todos los días en casa, ya que de noche tenían todo listo, limpio y bien preparado su conuco. A cada mujer embarazada venía el tigre y la visitaba. Desde el monte venía transformado en forma de tigre. Pasaba por debajo de las matas de yuca. moviendo su rabito. Los barí, al verlo, decían: «Ya viene de nuevo el tigre hacia la mujeres embarazadas». Entraba en la casa de los barí. Al lado de la mujer embarazada se quedaba sentado el tigre y las curaba con tabaco en el estómago. Ellos ve– nían al atardecer. La hija le dijo a su madre: «Cocina para tu es– poso. Ya basta de cocinar papá. Mi padre está cansado. Tiene que cocinar ahora ya mamá». Tenía que trabajar su padre, pero no si– guió trabajando; porque traía comida para todos Dababosá. Desde el monte, se oían ruidos, cuando comenzaba a bajar Dababosá. Por la mañana buscaba el alimento cada día y no descansaba. Nunca atendía su padre a los demás. Todo lo que necesitaban se lo traía Dababosá. Lo hacía, así, todo. Dababosá era siempre cariñoso, tratable. La gente se emocionaba y no se preocupaba nada por haberse quedado sin trabajar. Daba– bosá siempre sonreía. Nunca se dejaron dominar por él. El no co– mía, sino que les traía comida para ellos. Pero pronto comenzaron a pensar: «Nosotros no estamos haciendo nada. Estamos acostados todo el día en casa». Dababosá visitaba a las mujeres embarazadas una o dos veces al día. El pensaba siempre en las mujeres emba– razadas en donde sale el sol: «Yo acompañaré a ellas y les traeré 394
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