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pre nueva,· conjuntando su valor y su Ser en una misma realidad que afecta al hombre religioso en lo más hondo de su personalidad. El Misterio se revela, de esta forma, como objeto de contemplación, produciendo en el sujeto religioso una conmoción emotivo-sentimental tan profunda que le mueve a proyectarse en expresiones estéticas. Al mismo tiempo que la persona religiosa goza de su presencia fascinante, bella -objeto de gozo intenso-, queda remitida a manifestarse y a hacer partícipe a los demás del mismo gozo que él disfruta. Se presenta a lo numirioso como sublime, objeto de la contemplación estética. En cuanto a las formas concretas en las que puede manifestarse es– ta actitud interior emotivo-sentimental, pueden ser tantas cuantos mo– dos existan de hacer presente el gozo experimentado por la persona religiosa y cuantas formas receptivas pueden ofrecer los objetos en los que se proyecte. Sólo existe un límite: la materia en la que puedan verterse esos sentimientos y las situaciones psicológicas y socio-cultu– rales del sujeto que vive dicha experiencia. El peligro que existe en esta expresión es la de gozar de la mediación expresiva, como si se tratase de la presencia misma del Misterio, olvi– dando su carácter transignificativo, de referencia a aquél. Tendríamos la actitud idolátrica: pérdida de referencia al Misterio. Históricamente, en unas épocas han prevalecido unas formas esté– ticas frente a otras. Lo que ha motivado los distintos artes religiosos. Unas épocas dan preferencia a lo numinoso como trascendencia, oscu– ridad, alejamiento... , otras, en cambio, prefieren el aspecto de fascina– ción, presencia, acercamiento. 72
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