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mente, podríamos hacer algunas reservas a la doctrina propuesta por los autores estudiados. Sin embargo, fundamentalmente aceptamos sus conclusiones en lo que respecta al tema que nos interesa. A la luz de lo analizado, podemos, ahora, concluir que el clima espe• cial en que se manifiesta lo sagrado nos presenta ciertos rasgos o carac– teres estructurales que nos ayudan a describir fenomenológicamente el significado del hecho religioso en su aspecto objetivo. ¿Qué es lo que acontece, entonces, cuando se manifiesta lo sagrado en la vida del hom– bre religioso? Señalamos los rasgos estructurales siguientes: l. Ruptura de nivel. Supone una ruptura de nivel ontológico respecto a lo profano, a la vida ordinaria. El hombre religioso se mueve en otro clima totalmente distinto. La realidad cobra un nuevo significado, sin perder, por eso, su carácter secular, profano. La postura que la manifestación de lo sagra– do exige al hombre religioso es la de romper con la vida anterior, ini– ciándose a una nueva forma de ser y de interpretarse a sí mismo y a todo cuanto le rodea, «descalzándose» como requisito para pasar el nuevo umbral que abre al mundo misterioso (Cf. Gen 28, 16-17; Ex 3, 1-6; 19, 12; Lv 17, 1; Jos 5, 15). 2. Ante una realidad misteriosa. El hombre religioso se sitúa ante una Realidad misteriosa con quien inicia una relación particular, dialógica de alguna forma, aunque no se precise con claridad si ese Alguien con quien entra en relación se le presenta en su desnuda realidad personal de forma determinante. Esta realidad misteriosa se le manifiesta como: • Misterio trascendente, radicalmente distinto a las otras realida• des profanas, ordinarias, en las que habitualmente se mueve. En una doble dimensión: - Ser supremo: Realidad ontológicamente superior a cualquier otra; - Valor supremo: Realidad axiológicamente superior, expresada en términos de santidad augusta. Ante este Misterio, cuya realidad no es creada o inventada por el hombre, aunque se dé en su interior, sino que irrumpe gratuitamente, el hombre religioso se siente sobrecogido, anonadado, aterrado (cf. Dt 9, 19; Ex 20, 1; 23, 27; Sal 90, 1 ss.; Le 5, 8 s.; Hb 12, 21); en situa- 35

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