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Al referirnos al fenómeno religioso como experiencia humana, tene– mos que tener en cuenta que el término experiencia no es un término unívoco, con un solo significado. Debido a la riqueza de su contenido, puede recibir acepciones diversas. Históricamente ha ido clarificándose, adquiriendo muy distintos significados a lo largo del tiempo. Nos intere– sa hacer resaltar dos de ellos, en orden a interpretar correctamente lo que entendemos por experiencia religiosa. Nos referimos a dos formas fundamentales de experiencia congnoscitiva humana: científica y de sentido. Entendemos por experiencia científica la que tiende al conocimiento verificable, cuantitativo, neutral y operativo. Es la experiencia que pro– porciona el conocimiento de las leyes de funcionamiento de la naturale– za y que constituye la base en la que descansan y por la que operan las ciencias positivas, cuya coherencia racional se obtiene mediante la fide– lidad al principio de verificabilidad empírica. Pero el concepto de experiencia no se reduce a los hechos experi– mentales empíricamente, a aquello que puede tocarse con nuestras ma– nos o medirse con instrumentos de precisión científica. No toda expe– riencia humana se restringe a la rigurosidad científica, constatable, ni puede proponerse o privilegiarse como paradigma de toda auténtica ex– periencia humana (error y obcecamiento fundamental del empirismo, neopositivismo y filosofía analítica, en sus diversas formas). Frente a lo que se ha llamado «la dictadura de la cientificidad», es preciso afirmar que el hombre no agota ahí su dimensión inquisitiva. El por qué cien– tífico es siempre una curiosidad concreta. Y el hombre es mucho más ambicioso en su pregunta. Busca más radicalidad y hondura, que tras– ciende lo profano y le sitúan en una esfera que hemos designado como de lo sagrado, ámbito en el que se manifiesta lo religioso y en el que se produce la vivencia religiosa, como relación del hombre con el Misterio. Existe otro mundo de experiencia, mucho más rico e irreductible a la experiencia empírica, científica. Es el mundo aprehendido por la ex– periencia de sentido. Por su naturaleza, esta experiencia constituye otro modo de acceder cognitivamente a las cosas. Menos riguroso y exacto que el científico, pe– ro no por este motivo menos propiamente humano, ni menos racional que aquél. Se trata de una dimensión existencial humana, a la que se intenta responder desde una opción de sentido, de rumbo y valoración profunda, como marco de referencia en el que queda encuadrada y po– larizada toda su vida, problematizada, sobre todo, en situaciones límite. En esta experiencia el hombre se pregunta por la hondura de la reali– dad, por las cuestiones de fondo que remiten más allá de las experien– cias inmediatas. Su principio de racionalidad no es el de verificabilidad empírica, sino el de la búsqueda de sentido último y definitivo, con el que se trata de iluminar y esclarecer el misterio de las realidades que 166

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